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Universidad de Murcia
Tragedias - Hipólito

 

El coro

¡Desgraciadas de nosotras! ¡Qué miserables son los desti­nos de las mujeres! [670] ¿Con qué astucias, con qué palabras desataríamos el nudo de esta intriga?

 

Fedra

Me merezco el castigo que recibo. ¡Oh tierra! ¡Oh luz! ¿Adónde huiré de esta calamidad? ¿Qué Dios vendrá en mi ayuda? ¿Qué hombre me socorrerá ó participará de mi impie­dad? La desdicha de mi vida se ha hecho irremediable; ¡soy la más desgraciada de las mujeres!

 

El coro

[670] ¡Ay, ay! Ya es un hecho. Las astucias de tu servidora no dieron resultado, ¡oh señora! y todo va mal.

 

Fedra

¡Oh la peor de las mujeres, oh ruina de quienes te quieren! ¿Qué has hecho? ¡Hiérate y extermínete con su rayo Zeus, que es mi padre! ¿No te dije, previendo esto, que callaras lo que ahora me produce un dolor amargo? ¡No has podido callarte, y moriré deshonrada para siempre! Pero tengo que poner en juego otras astucias. Porque ese, como tiene el corazón lleno de cólera, [690] me acusará ante su padre por culpa tuya; contará estas desventuras al anciano Piteo, y llenará toda esta tierra de pa­labras vergonzosísimas para mí. ¡Ojalá perezcas con quien se dedique á excitar á sus amigos para hacer el mal á pesar suyo!

 

La nodriza

Señora, tienes derecho á reprocharme mis faltas. Porque la puna que te roe turba tu juicio; pero, si quieres escuchar, puedo responderte. Te he criado y estoy dedicada á ti. Buscando remedios á tu mal, encontré lo que no buscaba. [700] Si hubiera te­nido éxito, pasaría por muy prudente. Se juzga de nuestra sabiduría, en efecto, después de los acontecimientos.

 

Fedra

¿Es justo y te basta declarar tu culpa después de dego­llarme?

 

La nodriza

Discutimos con exceso. No he sido prudente; pero, después de todo, aún puedes salvarte, hija mía.

 

Fedra

¡Basta de palabras! Ya me has aconsejado é impulsado al crimen. Huye de aquí, y piensa en ti. Yo me ocuparé sólo de lo que me afecta. [710] En cuanto á vosotras, ¡oh jóvenes trecenias bien nacidas! acceded á mis súplicas de que guardéis silencio acerca de lo que habéis oído.

 

El coro

Por la casta Artemisa, hija de Zeus, juro no revelar jamás tus males.

 

Fedra

Bien hablado. Por lo que á mí respecta, he encontrado el único remedio para mi desdicha, á fin de asegurar una vida honrosa á mis hijos y salvarme yo misma, después del golpe que me hiere. Porque nunca deshonraré á la raza cretense, [720] ni por salvar mi alma, apareceré ante Teseo mancillada de ver­gonzosos crímenes.

 

El coro

¿Quieres llevar á cabo una desdicha irreparable?

 

Fedra

He resuelto morir. ¿Cómo? ya lo pensaré.

 

El coro

Habla mejor.

 

Fedra

Y tú dame buenos consejos. Regocijaré á Cipris, que me pierde, renunciando hoy á la vida, vencida por un amor cruel. Pero, al morir, haré la desdicha de otro, con el fin de que sepa que no tenía [730] que enorgullecerse de mis males. Participando de mi mal, aprenderá á ser más modesto,

 

El coro

Estrofa I

¡Pluguiera á los Dioses que estuviese yo bajo altas caver­nas, y que un Dios hiciese de mí un pájaro alado entre la ban­dada voladora de las aves! Sería transportada muy por encima de las olas del Adriena y del agua del Eridano, donde las tres desventuradas [740] jóvenes, compadeciendo á Faetón, vierten lá­grimas chispeantes de ámbar diáfano en el agua purpúrea de su padre.

 

Antistrofa I

Y también iría á la costa de las Hespérides armónicas, que abunda en frutos, donde el dueño del mar purpúreo impide el paso á los marinos, y detiene el limite venerable del Urano que sostiene Atlas; allí donde manantiales ambrosianos corren á la morada de Zeus, [750] y donde la tierra divina derrama delicias para los Dioses.

 

Estrofa II

¡Oh nave cretense de alas blancas que llevaste á mi señora por las olas ruidosas y saladas del mar desde sus moradas feli­ces hacia la voluptuosidad de bodas desgraciadas! Porque, de una á otra comarca, ó de la tierra de Creta, voló á la ilustre Atenas un mal augurio, [760] pero ataron los torcidos cables á la ribera de Munico, y bajaron á tierra firme.

 

Antistrofa II

¡Por eso Afrodita la ha herido en el corazón con el horrible mal de un amor culpable, y abrumada por tan dura calamidad, mi señora colgará del techo nupcial [770] una lazada que sujetará á su cuello blanco, adorando así á un Demonio fatal, y pre­tiriendo dejar buena fama y ahuyentar de su corazón un amor cruel!

 

Un mensajero

¡Ay, ay! ¡Acudid cuantos estéis cerca de aquí! ¡Mi señora, la mujer de Teseo, acaba de ahorcarse!

 

El coro

¡Ay, ay! ¡Es un hecho! ¡Ya no existe la mujer real, porque se ha ahorcado!

 

El mensajero

[780] ¿No os daréis prisa? ¿No traerá ninguno una espada para cortar el nudo que oprime su cuello?

 

Primer semicoro

¿Qué haremos, amigas? ¿Debemos volver á las moradas, para librar á nuestra señora del lazo que la estrangula?

 

Segundo semicoro

¿Por qué? ¿No hay allí servidores jóvenes? No es prudente mezclarse en tantas cosas de la vida.

 

El mensajero

¡Erguid y extended ese desventurado cadáver, lamentable guardián de las moradas en ausencia de mi señor!

 

El coro

Por lo que oigo, ha muerto la infeliz.Ya extienden el ca­dáver.

 

Teseo

[790] Mujeres, ¿sabéis qué significan esos gritos que resuenan en las moradas? Hasta mí ha llegado la violenta gritería de los esclavos. A mi regreso del oráculo, no me acoge mi familia dignamente y alegremente, con las puertas abiertas. ¿Le ha sucedido algo á la vejez de Piteo? En verdad que es de edad avanzada; pero no dejará mis moradas sin gran pena por parte mía.

 

El coro

¡No te ha herido el destino en ancianos, Teseo! Son muer­tos más jóvenes los que van á agobiarte de dolor.

 

Teseo

¡Ay de mí! ¿Han quitado la vida á mis hijos?

 

El coro

[800] Vivos están; pero su madre ha muerto, lamentabilísimamente.

 

Teseo

¿Qué dices? ¿Ha muerto mi mujer? ¿Cómo es eso?

 

El coro

Se ha colgado de un lazo, que la ha estrangulado.

 

Teseo

¿Abrumada de dolor ó por cualquier otra desgracia?

 

El coro

No sé más. Ahora mismo llegaba yo á las moradas para gemir por tus males.

 

Teseo

¡Ay, ay! ¿Por qué traía coronada de hojas la cabeza, si ha­bla de sufrir semejantes males á la vuelta del oráculo? ¡Abrid los batientes de las puertas, servidores; quitad las barras, á fin de que yo vea el cruel espectáculo [810] de mi mujer, que con su muerte me hace morir!

 

El coro

¡Ay, ay! ¡Oh desventurada por culpa de tantos males! ¡Con lo que has sufrido y con lo que has hecho has arruinado esta morada! ¡Ay, ay! ¡Qué audacia! ¡Has cometido el acto impío de osar matarte con tus propias manos! ¿Quién ha destruido tu vida, pues, ¡oh desdichada!?

 

Teseo

¡Ay de mí, que estos son los males más crueles que he su­frido! ¡Oh destino, qué abrumador eres para mí y para mis moradas! Esto es una mancilla [820] infligida por cualquier Alastor, ó más bien un mortal derrumbamiento de mi vida. ¡Desdi­chado de mí, que contemplo tan vasto mar de males, que nunca podré nadar sobre él ni remontar las olas de tal cala­midad! ¿Qué nombre podré dar con justicia á tu destino, ¡oh mujer!? Porque de un salto rápido has partido para el Hades, como un pájaro que se escapa de las manos. [830] ¡Ay, ay, ay, qué lamentables son estos males! Hace tiempo que me persigue esta venganza de los Demonios, por culpas de uno de mis abuelos.

 

El coro

No eres tú solo ¡oh rey! quien sufre tales desgracias; has perdido una esposa ilustre, lo mismo que muchos otros.

 

Teseo

¡Quiero ir bajo la tierra, á las tinieblas subterráneas! ¡Quiero morir en la obscuridad, ya que me hallo privado de tu carí­sima vida, porque, más que á ti misma, es á mí á quien has perdido! [840] ¿Por quién me enteraría yo de qué procede la revolu­ción mortal que ha entrado en tu corazón, ¡oh mujer!? ¿Me dirá alguien lo que ha pasado, ó es que mi morada real encierra inútilmente una muchedumbre de servidores? ¡Ay de mí, des­dichado por tu causa! ¡Qué duelo veo en mis moradas, que no puedo expresar ni soportar! ¡Estoy perdido! ¡mi casa está vacía, mis hijos están huérfanos!

 

El coro

Nos has abandonado, nos has abandonado, ¡oh querida, oh la mejor de las mujeres [850] que han visto la luz de Helios y la de Selana, que ilumina la noche chispeante! ¡Desgraciado! ¡qué calamidad turba tu morada! ¡Mis párpados rebosan lágrimas derramadas por tu destino; pero estoy espantada de la desdi­cha que se avecina!

 

Teseo

¡Ah! ¿qué significan esas tabletas suspendidas de su que­rida mano? ¿Me anuncian una nueva calamidad? ¿Me habrá escrito la infeliz sus últimas voluntades ó sus disposiciones con respecto á nuestro lecho nupcial y á nuestros hijos? [860] Tran­quilízate, desdichada, que ninguna otra mujer entrará ya en la morada ni en el lecho de Teseo. El signo grabado en el anillo de oro de la que ya no vive encanta mis ojos. ¡Vamos, desátense los lazos del sello, á fin de que yo vea lo que quieren decirme esos caracteres!

 

El coro

¡Ay, ay! ¡Un Dios contrario nos envía una nueva serie de desdichas! ¡Ya no puedo vivir, después de lo que ha pasado! [870] ¡Ay, la familia de nuestros amos está perdida! ¡Ay, ya no existe! ¡Oh Demonio! si es posible, no destruyas esta morada, y oye mis ruegos, pues al igual de un adivinador, preveo un mal augurio en esto.

 

Teseo

¡Ay de mí! ¡Una desdicha que no puedo soportar ni decir se añade á la primera! ¡Oh desventurado de mí!

 

El coro

¿Qué ocurre? Dilo, si conviene que yo lo sepa.

 

Teseo

¡Estas tabletas abominables gritan, gritan! ¿Adónde huiré de este cúmulo de males? ¡Perezco, desgraciado de mí, [880] frente á la querella que se exhala de este escrito!

 

El coro

¡Ay! ¡las palabras que pronuncias son presagio de calami­dades!

 

Teseo

En verdad que no puedo retener por más tiempo tras las puertas de mi boca esta desventura horrible. ¡Oh ciudad, ciu­dad! ¡Hipólito ha osado atentar por la violencia á mi lecho nupcial, con desprecio del ojo venerable de Zeus! Pero ¡oh padre Poseidón, que me has prometido cumplir tres votos míos! cumple uno de ellos contra mi hijo, y que no escapa á este día, [890] si me hiciste promesas ciertas.

 

El coro

¡Oh rey! ¡por los Dioses, retira esa imprecación! No tarda­rás en comprender que te has equivocado. Obedéceme.

 

Teseo

No es posible. Además, le expulsaré de esta tierra. Le he­rirá uno de estos dos malos destinos: ó Poseidón le enviará muerto á las moradas del Hades, cumpliendo así mis impreca­ciones, ó expulsado de aquí y vagando por tierra extranjera, arrastrará él su vida miserablemente.

 

El coro

A propósito, he aquí á tu propio hijo Hipólito. [900] Contén tu cólera, ¡oh rey Teseo! y abriga designios mejores para tu fa­milia.

 

Hipólito

Al oír tus gritos, padre, he venido en seguida. Sin embargo, tío sé por qué gimes, y desearía saberlo por ti. ¡Ah! ¿Qué es esto? ¡Padre, veo muerta á tu mujer! Me sorprende mucho. Cuando la dejé, hace poco tiempo, todavía veía ella la luz. ¿Qué le ha ocurrido? ¿Cómo ha perecido? [910] ¡Padre! quiero saberlo por ti. ¿Te callas? Pues en el dolor no conviene guardar silen­cio, porque el corazón, que desea saberlo todo, está ávido, incluso en medio de los males. En verdad que no es justo, padre que ocultes tus desventuras á tus amigos y á quien es algo más que eso.

 

Teseo

¡Oh hombres, que erráis en tantas cosas! ¿por qué enseñar tantas artes, por qué inventarlo y descubrirlo todo, mientras exista una que no conocéis ni poseéis todavía, [920] y que es ense­ñar bondad á quien le falta?

 

Hipólito

Sería un sofista hábil quien tuviera poder para inculcar la bondad á los que no son buenos. Pero ahora, padre, no es ocasión de discutir sutilmente; y temo que tu lengua, á causa de tus males, no guarde moderación.

 

Teseo

¡Ay! Hacía falta á los hombres un método seguro para conocer á sus amigos y distinguir el verdadero del falso. Y sería necesario que todos los hombres tuviesen dos voces, una veraz, y la otra tal como es, [930] con el fin de que la embustera fuese re­futada por la sincera; y entonces no se nos engañaría.

 

Hipólito

¿Acaso me ha calumniado á tu oído algún amigo tuyo, y se me acusa de algún crimen, aunque no sea culpable? En verdad, que estoy estupefacto, porque me turban tus palabras, despro­vistas de toda razón.

 

Teseo

¡Ay! ¿Hasta dónde no irá el espíritu humano? ¿Cuál será el término de su audacia y de su temeridad? Si su audacia, en efecto, crece con las generaciones, si el recién llegado es peor que el que le ha precedido, [940] será preciso que los Dioses añadan á ésta otra tierra para los malos y los perversos. ¡Mirad á éste, que ha nacido de mí, que ha mancillado mi lecho y que, por manifestación de esta muerta, está convicto de ser el más grande de los malvados! ¡Alza la faz ante tu padre, con toda tu mancilla! ¿Y eres tú quien vive con los Dioses, como el mejor de los hombres? ¿Eres tú el casto y puro de todo mal? En lo sucesivo no creeré en tu jactancia, [950] que me obligaría á pensar que los Dioses ignoran y se engañan. Envanécete, pues; usa del fraude, alimentándote de cosas sin vida; toma por maestro á Orfeo, delira y esparce humaredas de ciencia; ¡estás cogido en el crimen! A todos aconsejo que huyan de los que se te parezcan. Sus palabras son magníficas y sus pensa­mientos vergonzosos. Ella ha muerto; pero ¿crees que esta muerte te salva? Esta misma muerte te acusa, ¡oh el peor de los hombres! [960] ¿Qué juramento, qué palabras podrán desmentir á estas tabletas y disculparte? ¿Dirás que ella te odiaba y que un bastardo es siempre odioso á los hijos legítimos? Sería pre­ciso que estimase ella en muy poco la vida para sacrificar á su odio por ti lo más dulce que hay. ¿Quizá dirás que la impu­dicia es natural en las mujeres y no en los hombres? Pues yo conozco á hombres jóvenes que en nada son más invulnera­bles que las mujeres cuando turba Cipris su joven corazón, [970] aunque de algo les sirve la naturaleza viril que poseen. Pero ¿á qué refutar tus palabras, cuando aquí está este cadáver, que es el más abrumador de los testigos? Márchate, pues, des­terrado de esta tierra en seguida, y no vuelvas á Atenas la divinamente fundada, y no te quedes en los confines de la tie­rra que manda mi lanza. ¡Porque, si yo sufriera esta injuria, Sinis el ístmico negarla que fué muerto por mí, y me acusaría de haberme vanagloriado, y las rocas Scirónidas del mar [980] ya no dirían que soy terrible para los perversos!

 

El coro

No puedo decir que sea dichoso mortal alguno, cuando tales calamidades ocurren.

 

Hipólito

Padre, terribles son tu cólera y la conmoción de tu alma. Sin embargo, no es honroso, si bien se lo examina, el asunto que da origen á hermosas palabras. Yo soy inhábil para hablar ante la multitud. Ante mis iguales en edad y ante un reducido número de oyentes, sería más inhábil. Y tiene ello su razón de ser, pues los que mejor hablan á la multitud no son conside­rados de ninguna manera como sabios. [990] Sin embargo, es pre­ciso que hable, ya que me asalta la desdicha. Y empiezo por el primer ataque que parece iba á abrumarme, y al cual yo no iba á tener nada que responder. ¿Yes esta luz del día y ves la tierra? Digas lo que quieras, no hay en ella ningún hombre más casto que yo. Porque, ante todo, sé honrar á los Dioses, y tengo amigos que quieren ser justos y se avergonzarían de que se les pidiese obraran mal ó ayudaran en sus malos propósitos á quienes los abrigan. [1000] Yo no me río de mis amigos, padre; el mismo soy para los presentes y para los ausentes; y de lo que más inocente estoy es de eso de que me crees convicto. Porque hasta el día mi cuerpo está puro de todo contacto impúdico. No sé da semejante cosa mas que lo que he oído decir ó lo que he visto en pinturas, y no deseo ver esas cosas, porque tengo el alma virgen. Quizá no te convenza mi castidad, aunque debas demostrar cómo me han corrompido. ¿Era el cuerpo de ésta superior en belleza al de todas las mujeres? [1010]¿Esperé llegar á ser jefe de tu morada sucediéndote en tu lecho? Sería un in­sensato y estaría absolutamente desprovisto de razón. ¿Acaso el mando es grato para los hombres castos? No, por cierto, á menos que la monarquía corrompa el corazón de aquellos á quienes agrada. En verdad que quisiera ser el primero y ven­cer en los combates helénicos; pero siendo el segundo en la ciudad, y viviendo feliz siempre con excelentes amigos. Así también me es dado gobernar la cosa pública, [1020] y la ausencia de peligro produce mayor alegría que la tiranía. He admitido una sola de las pruebas que me son favorables; pero ya has oído las demás. Si tuviese un testigo como yo, si esta mujer viera la luz, yo me defenderla, y después de compulsarlo todo, reconocerías á los verdaderos culpables. Ahora, ¡por Zeus, vengador del per­jurio, y por la tierra donde ando! te juro que jamás he tocado á tu mujer, que jamás he tenido deseo ni pensamiento de ello. ¡En verdad, perezca yo sin nombre, infamado, desterrado de la patria, sin hogar, fugitivo y vagabundo por la tierra, y ni la tierra ni el mar reciban [1030] mis carnes muertas, si soy un mal­vado! En cuanto á ésta, no sé si el temor la ha impulsado á matarse. No me es dable decir más. Ella ha conservado la apariencia de castidad, aunque no haya sabido permanecer casta. Yo, que tengo castidad, la he practicado con más desdicha.

 

El coro

Bastante has refutado esagrave acusación, jurando por los Dioses.

 

Teseo

¿Es un Epodo ó un mago quien se envanece de ablandar mi alma con su dulzura, [1040] después de haber cubierto de oprobio á su padre?

 

Hipólito

¡Me asombras, padre! ¡Porque, si tú fueras mi hijo y yo fuera tu padre, en verdad que te habría matado, y no te ha­bría castigado con el destierro, si hubieses osado atentar contra mi mujer!

 

Teseo

¡Qué bien has hablado! Pero no morirás tan fácilmente, en virtud de esa ley que te aplicas. Porque una pronta muerte es más agradable para el hombre infeliz. En cambio, errante, desterrado lejos de la patria, arrastrarás una vida miserable por tierra extranjera. [1050] Eso es lo que se merece el hombre impío.

 

Hipólito

¡Ay de mí! ¿Qué vas á hacer? ¿No esperarás á que el tiempo te dé una prueba en contra mía? ¿Me echarás de esta tierra?

 

Teseo

¡Allende el mar y los limites atlánticos, si me fuera posible, en vista del odio con que persigo tu cabeza!

 

Hipólito

¿No te detendrás en juramentos, pruebas ni adivinaciones? ¿Me arrojarás de esta tierra sin juzgarme?

 

Teseo

No necesito echar suertes, porque esta tableta te acusa con un testimonio cierto, y me importan poco las aves que vuelan por encima de nuestra cabeza.

 

Hipólito

[1060] ¡Oh Dioses! ¿Por qué cierro la boca todavía, si me pierdo por honraros? ¡No! en verdad que no persuadiría á los que tengo que persuadir, y violaría inútilmente el juramento que he pres­tado.

 

Teseo

¡Ah! ¡cómo me mata tu falsa virtud! ¿No te irás de la tie­rra de la patria cuanto antes?

 

Hipólito

¿Adónde iré, desdichado de mí? ¿En qué morada hospitala­ria entraré, desterrado por un crimen?

 

Teseo

Recibirás hospitalidad de quienes se alegran de acoger á los corruptores de mujeres y participar de los crímenes do­mésticos.

 

Hipólito

[1070] ¡Ay, ay! el dolor me penetra hasta el hígado, y lloro porque te parezco culpable.

 

Teseo

Haber gemido y previsto cuando proyectabas atentar con­tra la mujer de tu padre.

 

Hipólito

¡Oh moradas, pluguiera á los Dioses que pudieseis elevar la voz y atestiguar si soy un hombre culpable!

 

Teseo

Invocas á testigos mudos; pero éste, aunque sin voz, prueba que eres culpable.

 

Hipólito

¡Ay! ¡Pluguiera á los Dioses que me fuese dado contem­plarme frente á frente, á fin de llorar por los males innúme­ros que sufro!

 

Teseo

[1080] El caso es que te preocupa mucho más honrarte á ti mismo que demostrar á tus padres la piedad que les debías.

 

Hipólito

¡Oh madre desdichadísima! ¡Oh nacimiento amargo! ¡Ojalá no sea bastardo nunca ninguno de mis amigos!

 

Teseo

¿No le arrancaréis de aquí, servidores? ¿No me habéis oído ordenar desde hace rato que se le destierro?

 

Hipólito

¡Gemirá aquel de ellos que me toque! Echame de aquí tú mismo, si tal es tu voluntad.

 

Teseo

Lo haré, si no obedeces mis palabras, porque no me com­padezco de tu destierro lo más mínimo.

 

Hipólito

[1090] Parece que es cosa decidida. ¡Oh desdichado de mí, que sé no puedo decir lo que sé! ¡Oh hija de Latona, la más querida de las Diosas, con quien habito, compañera de mis cacerías! ¡huiré, pues, dela ilustre Atenas! Os saludo, ¡oh ciudad y tierra de Erecteo! ¡Oh suelo de Trecenia, que tan dulces alegrías otorgas á la juventud, salve! ¡Por última vez os miro y os hablo! Venid, ¡oh jóvenes de esta tierra, los que sois de mi edad! saludadme, sacadme de este país. [1100] Jamás encontraréis otro hombre más casto que yo, aunque á mi padre no se lo pa­rezco.


 
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