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Todo lo que el sabio debe hacer, lo hará sin el auxilio de cosa mala, y no apelará al uso de una pasión cuyos extravíos tendrá que vigilar con inquietud. Nunca, por lo tanto, debe admitirse la ira; podrá fingirse algunas veces cuando sea necesario despertar la atención de espíritus cansados, como se excita con el látigo ó la antorcha á los caballos tardos para emprender la carrera. Necesario es á las veces que el temor obre en aquellos con quienes nada puede la razón. Pero irritarse no es más útil que afligirse ó asustarse. «¡Cómo! ¿no sobrevienen ocasiones que provocan la ira?» Pues en estos cases principalmente se debe luchar contra ella: y no es difícil vencer el ánimo, cuando se ve al atleta, que solamente se ocupa de la parte más vil de sí mismo, soportar, sin embargo, los golpes y el dolor para agotar las fuerzas de su contrario, y no hiere cuando á ello le impulsa la ira, sino cuando encuentra ocasión propicia. Asegúrase que Pirro, aquel gran maestro de ejercicios gímnicos, acostumbraba encargar á sus discípulos que no se irritasen; porque la ira perjudica al arte y ve donde debe herir, pero no donde debe precaverse. Así es que muchas veces aconseja paciencia la razón, venganza la ira, y de un mal, que al principio podíamos evitar, caemos en otro mayor. Personas hay que, por no haber sabido soportar tranquilamente una palabra ultrajante, fueron desterradas; las hay que no queriendo pasar en silencio una injuria leve, tuvieron que soportar gravísimos males, y quienes, indignándose porque cercenaban pequeñísima parte á su plena libertad, se atrajeron el yugo servil.
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