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Universidad de Murcia
Guerra del Peloponeso - Libro III

 

Yo procuraré apartaros de este error mostrándoos claramente que sólo la ciudad de Mitilene ha sido la que os ha hecho singular ofensa, porque si alguna, por no poder soportar vuestro mando o por fuerza de los enemigos, se rebela, soy de parecer que sea perdonada; pero, si los que tienen una isla y una ciudad muy fuerte, sin temor a nada, como no sea por mar, y que se puede defender bien, poseyendo buen número de barcos, isla y ciudad que no tratamos como a nuestros súbditos, sino que las dejamos vivir con arreglo a sus leyes, cuyos habitantes son honrados por nosotros más que todos los otros confederados, han hecho lo que hicieron, bien se puede juzgar que nos han querido tramar asechanzas y traición, y decir de ellos que nos han movido guerra, no que se han rebelado contra nosotros; pues se dice que se rebelan los forzados por alguna violencia. Lo más abominable de todo es que no les bastaba hacernos la guerra con sus propias fuerzas, sino que han procurado destruirnos por medio de nuestros mortales enemigos sin temor a las calamidades que sufrieron sus vecinos por rebelarse contra nosotros cuando los sometimos otra vez a la obediencia. Su osadía al emprender esta guerra declara que han tenido más esperanza que fuerzas, queriendo anteponer la fuerza a la justicia y a la razón. Sin injuria nuestra han querido tomar las armas contra nosotros, no por otra causa sino por la esperanza de vencernos, lo cual sucede muchas veces en las ciudades que en breve tiempo alcanzan prosperidad y riqueza, las que convierten en soberbia y orgullo. Porque la felicidad y prosperidad que adquieren los hombres mediante razón y discreción, y según el curso de las cosas, es más firme y estable que la que proviene de fortuna y sin pensarla ni esperarla, y aun estoy por decir que es más difícil a los hombres saberse guardar y conservar en la prosperidad que defenderse y ampararse en las adversidades. Fuera, por tanto, cosa conveniente a los Mitileneos que no les honrásemos al principio más que a los otros aliadios y confederados, porque no hubieran llegado a tanta soberbia y desvergüenza, pues los hombres suelen menospreciar a aquellos a quien son obligados y tener en más admiración a los que no lo son. Deben ser, por tanto, castigados todos según lo merece su delito, y no absolvamos a todo el pueblo echando la culpa a pocos de ellos, pues todos, de común acuerdo, tomaron las armas contra nosotros, que, si tan sólo algunos les quisieran obligar a hacerlo, pudieran excusarse y huir, acogiéndose a nosotros; y, si asilo hubieran hecho, pudieran ahora con justa causa volver a su ciudad; mas, si por consejo de pocos tuvieron por mejor exponerse a peligro y probar fortuna, todos deben considerarse rebelados. Debéis considerar, por lo que toca a los otros aliados, que, si no castigamos con mayor pena a los que voluntariamente se rebelan que a los que lo hacen forzados por los enemigos, no habrá ciudad ni villa en adelante que por la menor ocasión del mundo no se atreva a hacer lo mismo, sabiendo de cierto que, si les sucede bien la cosa, cobrarán libertad, y, si mal, quedarán libres a poca costa, sin padecer cosa intolerable, exponiéndonos así a perder las haciendas y las personas en todas las ciudades que poseemos. Porque, aunque recobremos la ciudad que se nos hubiese rebelado, perdemos la renta de ella por largo tiempo, mediante la cual se entretienen nuestras fuerzas y se mantiene nuestro poder, y, si no la podemos recobrar, sus moradores aumentarán el número de nuestros enemigos; de modo que el tiempo que habíamos de gastar en hacer guerra a los Peloponesios será menester emplearle en reducir a obediencia a nuestros súbditos y aliados.


 
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