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«Muchas veces he conocido que el régimen popular y gobierno del pueblo no es bastante para saber regir y mandar a otros; y ahora lo conozco más que nunca, parando mientes en este vuestro arrepentimiento y mudanza de parecer en lo que toca al hecho de los Mitileneos. Que porque vosotros tratáis de buena fe unos con otros, pensáis que los compañeros y aliados tienen esta misma condición y no sentís que los errores que hacéis, o persuadidos por sus razones o por sobrada misericordia y compasión, os traen peligro manifiesto, y que con toda vuestra blandura no alcanzáis de ellos más agradecimiento. No consideráis que el imperio que ahora tenéis es verdadera tiranía y que aquellos que os obedecen lo hacen mal de su grado, pensando en cómo os tramarán asechanzas y harán daño. No serán más obedientes porque les perdonéis las culpas, errores y delitos que han cometido contra vosotros, que vuestras fuerzas y el temor que os tienen los hacen sumisos, no la misericordia que usáis con ellos. Y lo peor de todo que veo en estos negocios es que no hay constancia ni firmeza alguna en las cosas ya una vez acordadas y determinadas, sin fijaros en que hay mejor gobierno en aquella ciudad que usa de sus leyes constantes y no revocables, aunque sean malas, que no en aquellas que, teniéndolas buenas, firmes y establecidas, no las guarda inviolablemente, y en que vale más ignorancia con gravedad y serenidad, que no ciencia con temeridad e inconstancia. Por ello, los hombres algo rudos y tardíos de ingenio y de entendimiento, en su mayoría gobiernan mejor la república para el bien y pro común de todos que aquellos que se juzgan por más hábiles y agudos, pues estos tales, vivos y despiertos, siempre quieren parecer más sabios que las mismas leyes y mostrar con bellas razones que saben más que los otros, conociendo que en ningunas otras cosas podrán ostentar tanto la excelencia de su ingenio, como en aquellas que son de mucha importancia, de donde muchas veces suceden muy grandes males e inconvenientes a las ciudades. Por el contrario, aquellos que no confían tanto en su saber ni quieren ser más sabios que la ley, conociéndose que no son muy pulidos en sus razones para responder, ni rebatir los argumentos de los elocuentes que hablan por arte de retórica, estudian más la materia para juzgar por razón y equidad y venir al punto de la cosa, que no para contender y disputar con argumentos y discursos. De donde vemos que a menudo les suceden mejor sus cosas. Así nos conviene ahora obrar, varones Atenienses, y no, confiados en nuestra elocuencia y agudeza, persuadir al pueblo de lo que entendemos ser contrario a la verdad y a la razón.
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