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Guerra del Peloponeso - Libro III

 

Llegados los prisioneros que Paquete envió a Atenas, los Atenienses mandaron matar a Saleto, que les había prometido hacer muchas cosas en su servicio y, entre otras, que los Peloponesios levantasen el cerco de Platea. Respecto de los demás prisioneros, decretaron con ira matar no solamente a ellos, sino también a todos los Mitileneos, excepto las mujeres y los muchachos de catorce años abajo, que debían quedar esclavos. Este decreto fue acordado así por juzgar el crimen de los Mitileneos muy atroz y sin remisión, a causa de que se habían rebelado sin maltratarles ni como súbditos ni como vasallos. Y el mayor despecho que tenían los Atenienses era ver que las naves de los Peloponesios se atrevieran a ir en socorro de los Mitileneos y cruzar la mar de Jonia con gran peligro suyo, lo cual era señal de que la rebelión de los Mitileneos era forjada y fabricada por mano de aquellos. Enviaron un barco para notificar a Paquete este decreto del Senado de Atenas y mandarle que lo ejecutase; pero, al día siguiente, pensando más sobre ello, casi se arrepintieron de lo que habían acordado, considerando cruel el decreto y pareciéndoles cosa enorme y fea mandar matar a todos los de un pueblo sin diferenciar de los otros los que habían sido autores y causa del mal. Sabido esto por los embajadores de los Mitileneos y por los Atenienses que los favorecían, acudieron con toda diligencia a los gobernadores y senadores y personas principales de la ciudad, y con grandes lloros lograron que volvieran a poner la cosa en consulta, atendiendo a que la mayor parte del pueblo de Atenas lo deseaba. Mandóse reunir el Consejo y Senado, donde hubo diferentes pareceres, entre los cuales fue uno el de Cleón, hijo de Cleéneto, que había sido de opinión el día de antes que debían matar a todos los Mitileneos, hombre severo y áspero, y que tenía gran autoridad en el pueblo, el cual pronunció el siguiente discurso:


 
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